Pigmalión

El valor de las expectativas

La Activación de las Expectativas

 

En los últimos años se han realizado múltiples investigaciones con el propósito de esclarecer el papel de las expectativas en las relaciones interpersonales, dado que es natural e inevitable plantearnos éstas.    Por ejemplo el papel que juegan las altas y positivas expectativas de los maestros hacia el desarrollo de los educandos, y como éstas se activan conscientes o no en el desarrollo de las lecciones

 

En  1968  un  grupo de investigadores en Estados Unidos de Norteamérica presidido  por R. Rosenthal  publica el libro “Pygmalion  in the Class-room”,  que conmueve a la comunidad científica  por dos razones fundamentales.

 

Una de ellas es la referida al efecto del investigador en los experimentos sociales.  En otras palabras, los deseos de los científicos son transmitidos de manera no intencional a los sujetos  del experimento por la comunicación no verbal. Más aún, las expectativas de los investigadores sesgan las respuestas de los sujetos de la muestra en la dirección de  confirmar la hipótesis del científico.

 

La discusión no se hizo esperar.  Los planteamientos de Rosenthal provocaron la reflexión sobre la validez interna del experimento social.

 

El otro aspecto fue sobre cómo las expectativas de los docentes influyen en el rendimiento de sus alumnos.

 

Para confirmar su  tesis aplicaron a grupos de escolares una prueba que les fue presentada como nueva y que permitiría identificar a los que podían realizar un “despegue” en su aprendizaje. En  realidad los profesores estaban aplicando un test de inteligencia ya validado.

 

A partir de lo anterior se seleccionaron al azar el 20% de los alumnos de 18 grupos, los que  fueron  presentados a sus maestros como los  que  estaban  preparados  para   despegar  (grupo experimental) y se les convenció  de que esos alumnos obtendrían muy buenos resultados en los próximos meses, frente al 80% restante considerado como el grupo de control y sin posibilidades de desarrollo inmediato.

 

Realmente en ese momento la única diferencia entre uno y otro grupo de alumnos estaba en la mente de los maestros, los cuales mostraron actitudes distintas frente a ellos.  Pero el resultado más sorprendente del experimento Pigmalión estuvo en el maestro, en su percepción con relación a los niños.  Si estos se encontraban en el grupo experimental,  entre más aumentaba su cociente mental, puesto de manifiesto por los tests psicológicos, más simpatía  despertaban en el maestro y por supuesto más atención le prestaba tanto intelectual como socioafectivamente.

 

Por el contrario la actitud y comportamiento profesional de los maestros con los alumnos “no favorecidos” pertenecientes al grupo control dejaba mucho que desear e incidía negativamente en su aprovechamiento escolar.

 

Los resultados medidos mediante pruebas realizadas a los 8, 12 y 36 meses del test inicial y  las evaluaciones realizadas por los maestros, indicaron una mejoría significativa en los alumnos del grupo experimental, los que fueron caracterizados por sus maestros como más curiosos, más autónomos, en fin más inteligentes. 

 

De ahí que las expectativas de los docentes con respecto a sus discípulos puedan llegar a modificar su rendimiento real.  El mensaje es por tanto contundente: se pueden inducir expectativas positivas, y por qué no, negativas también.

 

Las expectativas de los docentes sobre sus alumnos y el sentimiento de aceptación a ellos son dos condiciones básicas necesarias, aunque no suficientes para ser maestro mediador (2) y de ese modo lograr la plena formación de los niños, adolescentes y jóvenes.

 

Se trata por tanto de plantearnos desde el inicio del curso escolar con cada uno de los integrantes del grupo, expectativas altas y positivas y de esforzarnos profesionalmente en que todos, independientemente de estilos y ritmos de aprendizaje avancen en su proceso de formación.  Recordemos que tendemos a estar más cómodos con personas que se ajustan a nuestras expectativas.

 

Claro que el efecto Pigmalión no se puede concebir unilateralmente, no basta con las expectativas del maestro, de su actitud mental hacia el alumno, es necesario que estas correspondan a su vez con ciertas características potenciales del educando, de lo que se espera de él para determinar las expectativas del maestro.

 

Realmente es difícil explicar fehacientemente como las expectativas de una persona pueden influir en la ejecución de otras personas.  Pero la práctica demuestra cuán poderoso es ese tipo de relación maestro-alumno cuando este último, el alumno, descubre la percepción que el primero tiene de él.

 

Claro que  no es algo inmediato.  Se basa en procesos psicológicos y sociales que se desarrollan entre ambos poco a poco a partir de las  creencias del maestro y entre los cuales la comunicación en general pero más aún, la no-verbal juega un papel trascendente.  Señales tan sutiles como la inclinación de la cabeza, frunción de las cejas y la frente, la dilatación de los orificios nasales y otros, aunque la mayoría son mucho más obvias.

 

De ahí la recomendación de los investigadores: “ Ten altas expectativas de tus alumnos, hazle saber que tienen la capacidad suficiente y las verás cumplidas”.  Para que alguien se comporte de modo inteligente lo primero es, que se lo crea y por supuesto brindar la correcta estimulación requerida para lograrla.

 

El momento A es un excelente espacio para estimular las expectativas de nuestros estudiantes. Todos los momentos del método ELI se prestan es cierto pero el momento dedicado a la activación de los conocimientos, la experiencia y los sentimientos es sin duda alguna el tiempo por excelencia para hacerlo.

 

Durante la activación, tantas como sean necesarias durante el desarrollo de la lección, debemos

 

  • Observar a tus alumnos en las actividades que realizan, con discreción y afecto.
  • Escúchalos, préstale atención en todo momento en que directa o indirectamente la reclamen.
  • Conversar con ellos sobre diferentes temas.  Háblale a su nivel y sobre lo que le llama la atención.
  • Date tu tiempo para participar en sus juegos, actividades y pláticas como uno más del grupo.
  • Conóceles cada vez más y mejor, descubre poco a poco sus gustos, talentos, inclinaciones y sus modos de reaccionar ante diversas situaciones. 
  • Tener expectativas altas de tus alumnos, con todos y cada uno.  Ellos lo van a detectar en nuestro lenguaje no verbal, en el modo peculiar de relacionarnos con ello, de pedirle o sugerirle las cosas.
  • Recuerda que se parecen a nosotros cuando teníamos esa edad pero son bien diferentes y con extraordinarias potencialidades… y que si soñamos en grande en su futuro a partir de conocerlos y tener una actitud positiva y alentadora y poco a poco los estimulamos y le damos la oportunidad, trascenderán en la vida.
  • Pregúntales: ¿Qué quiere ser cuando seas grande? No importa la respuesta, recrea con ellos esa expectativa, indaga ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo?… Juega con ellos al respecto. Haz que realicen dibujos y composiciones escritas sobre lo que quieren ser de grande, que conozcan personas que se han destacado en esa área, que lean o vean películas sobre sus vidas, valora  las cualidades que poseen o deben poseer para desempeñarse como tal.

 

     Ah… y no  te  preocupes si al poco tiempo quieren ser otra cosa. ¡Qué bien! Lo

     importante es que quieran  SER  GRANDES  y  que  perciban  en  nosotros esa

     aspiración  como legítima y posible.

 

 

 

  • ROSENTHAL, et al., Pymalion in the class-room.  Hold., Rinehart and Winston., New York., 1968.

 

  • ROSENTHAL, ROBERT., Experiments effects in the behavioral Research.,  Apleton Century Crofts., New York., 1966.

 

 

 

 

 

 

 

ALGUNOS ANTECEDENTES DEL EFECTO PIGMALIÓN

 

1.    La leyenda griega sobre Pigmalión.

 

2.    Las investigaciones de Stumpt y Pfungst con el caballo Clever Hans (Hans, el diestro) descritas por Robert Strompt.

 

3.    La obra de George Bernard Shaw: Pigmalión.

 

4.    La teoría de la profecía de la realización personal de Robert K. Merton de la Universidad de Columbia.

 

5.    Los trabajos experimentales y las generalizaciones teóricas de Robert Rosenthal y Lenore Jacobson de la Universidad de Harvard.

 

 

 

 

 

LA LEYENDA: PIGMALIÓN, GALATEA Y AFRODITA

 

La idea de que lo esperado por una persona de otra, puede influir en la conducta de esta última tiene sus raíces en una antigua leyenda.

 

Según la mitología griega, Pigmalión era rey de Chipre y a su vez excelente escultor.  Cuenta la leyenda que en una ocasión aprovechando su tiempo libre tomó un bloque de piedra amorfo y comenzó a esculpir la mujer de sus sueños.

 

Poco a poco y con esfuerzo e intención  manifiesta de lograr una bella dama pulió los bordes, limó imperfecciones, mejoró lo inmejorable y obtuvo lo que tanto ansiaba: la mujer  de su vida, la cual nombró Galatea.

 

Se percató de que la estatua era más hermosa que todas las mujeres de la tierra y que sería imposible enamorarse de otra que no fuera su amada Galatea.  Fue entonces cuando comenzó a pedirle a los dioses que le diera vida a su preciosa escultura.  Afrodita, al ver tanto amor, atendió sus deseos e infundió vida a Galatea.

 

Esta leyenda de Pigmalión tiene como otras,  varias  versiones, pero es la descrita la más conocida y que ha inspirado por ejemplo en el siglo XVIII al músico francés Juan Felipe Rameau  una deliciosa y muy divulgada partitura musical, así como a George Bernard Shaw,  Premio Nobel de Literatura en 1925, su obra Pigmalión y también la famosa opereta “My fair lady” o “Mi bella dama”.

 

De ahí que con el tiempo se haya conocido como efecto Pigmalión al proceso por el cual las creencias de una persona afectan de tal manera su conducta que ésta influye y determina en gran medida en otro una respuesta que confirman esas expectativas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿CÍRCULO VICIOSO O VIRTUOSO? ¡DE NOSOTROS DEPENDE!

 

Darley y Fazio nos describen paso a paso el modo en que las expectativas condicionan y pueden determinar las relaciones interpersonales maestro-alumno:

 

1.       El maestro se crea expectativas de los alumnos basándose en las características de éstos, su historial, sus resultados, su conducta, e incluso su físico, etc.

 

2.       Esas expectativas determinan la conducta del maestro hacia el alumno.

 

3.       El alumno interpreta la conducta del maestro y entiende que ésta es provocada por algo duradero en su propia persona y seguirá esperando del maestro el mismo trato.

 

4.       El alumno responde a la conducta del maestro confirmando las expectativas de éste.

 

5.       El maestro interpreta la respuesta del alumno y tiende a hacerlo buscando la confirmación de las ideas que ya tiene, atribuyendo las conductas que están de acuerdo con esas ideas a las características del alumno, y las conductas que las contradicen a factores casuales.  Se necesita una desconfirmación repetida y clara para que el profesor cambie sus expectativas.

 

6.       Finalmente el alumno en la medida en que acomoda su conducta a las expectativas del maestro,  cambia el concepto que tiene  de sí mismo: su comportamiento tiende a arrastrar su pensamiento

 

Si las expectativas del maestro  son positivas y altas, sin dudas que las mismas influirán favorablemente  en el rendimiento del alumno.  De no ser así la situación a la que se expone al escolar, pone en riesgo su aprovechamiento inmediato y lo que es más importante la formación  de su personalidad.

    

 

 

 

 

¿CÓMO LOS MAESTROS COMUNICAN A LOS “BUENOS“ ALUMNOS SUS ALTAS EXPECTATIVAS?(*)

 

–       Se recuerdan y los llaman siempre por sus nombres.

 

–       Hacen frecuente contacto visual con ellos.

 

–       Les ponen atención a sus comentarios y respuestas.

 

–       Estimulan su participación en clase.

 

–       No los interrumpen en sus intervenciones.

 

–       Le dan el tiempo necesario para que respondan a sus preguntas.

 

–       Elogian sus planteamientos y respuestas.

 

–       Los retroalimentan en tiempo, con exactitud y precisión.

 

–       Prefieren que ocupen asientos cerca del “lugar” del maestro.

 

–       Les solicitan colaboración en actividades extras. 

 

 

(*) Según T. Good y J. Brophy., La sociología educativa.  Un acercamiento holístico., Holt  Rinehalt

      and Winston., New York., 1990.